se asoma al abismo y escupe.
Dos dedos introducidos hasta la garganta
y la náusea que aflora
esparce con su agriedad el deleite
de retornar el malestar y el agravio
a su fuente.
Digerir el odio no es tarea fácil.
La convulsiva devolución,
íntima y reaccionaria,
deviene placentera y relajante.
A la presión en el estómago
y al torbellino de masa informe que arremete
contra la impotente respuesta al abuso,
le sigue un hueco en el centro del pecho
y la acidez del rencor.
La náusea como
el desprecio y la superioridad del que no teme
en un acto de secreta rebeldía
y purificante exorcización.
miércoles, 3 de febrero de 2010
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